¿Y ahora qué?

Tras saldar una oportunidad histórica con dos actuaciones vergonzantes, el hincha zurigorri capea la resaca emocional barruntando por qué no optó, años ha, por dedicar su ocio a la numismática, la pesca submarina u otro quehacer cualquiera en vez de a un equipo que, una vez más, se muestra incapaz de competir con dignidad. Porque perder es una opción, evidentemente, comprensible. Otra cosa muy diferente es hacer el ridículo. 

Excusas hay muchas. La mejor es la que achaca las derrotas a la presión atenazante. A nadie se le escapa que el ambiente previo al partido contra la Real rozaba lo histriónico incluso para el bilbainismo más militante. Cuenta atrás, botaduras de gabarra (por favor, que la jubilen en el museo ya y, si alguna vez el Athletic gana una final, que los jugadores vayan nadando desde el Abra hasta el Ayuntamiento o se lancen en goitibera desde Begoña) y la habitual cobertura mediática evocando ad nauseam el gol de Endika o el papel de Biritxinaga disfrazado de Eva Nasarre. El club también colaboró pidiendo a los colegios que se unieran a la causa y que los niños fueran de rojiblanco. Los malpensados nos preguntamos qué gestos ha tenido la directiva con esos mismos niños, concretamente qué medidas tomó en su día para que pudieran acceder a San Mamés e ir asegurando una transición en la masa social, máxime con los horarios y precios disuasorios de los tiempos pre-COVID, pero tampoco era momento de ponernos exquisitos. 

Hablábamos de la presión que, ciertamente, existe, pero no hay que olvidar que los jugadores son profesionales. Suponemos que en Lezama habrá psicólogos, por lo que quizás la explicación sea más deportiva. Paradojas del fútbol, el Athletic hizo lo más difícil: alzar la Supercopa en Enero con dos golpes de autoridad y una demostración de casta, orgullo y, no se nos olvide, mucho y buen fútbol. Presión adelantada, verticalidad y acierto de cara a portería. Diluido el efecto inicial de Marcelino, hoy el equipo es una caricatura de aquél. Ha llegado a las finales de abril encadenando groseros fallos individuales y un montón de empates. (Un inciso: Ziganda y Garitano, peores entrenadores que Marcelino, también lograron muchísimos empates). A nivel físico, el equipo parece cansado, con apenas gasolina. Si no, ¿por qué no repetir la presión asfixiante que tan buenos resultados dio en la Supercopa?

Filias y fobias aparte, hay nombres propios que no están a la altura: el Yuri Berchiche post-COVID19 es una sombra andante y nadie entiende por qué Villalibre no juega por delante de un, pongamos, Williams, desaparecido desde el golazo de la Supercopa. En todo caso, que Muniain juegue lesionado la segunda final explica otra buena parte del problema: el Athletic lleva varias temporadas sin centro del campo. Marcelino se ha dado de bruces con el mismo dilema que tuvo Garitano. De momento, ha dado la misma inoperante respuesta que el de Derio: baile de nombres, cuarenta probaturas y ninguna satisfactoria. Eso sí, Vesga renovado hasta 2024. 

Y es que alguien debe explicarle a la actual dirección deportiva, e ídem a la de Urrutia, que un equipo que no acude a Europa con regularidad no puede permitirse ciertos contratos. Blindar a Guerrero, Etxeberria o Muniain, por mucho que su rendimiento decaiga al final de su carrera o tengan diversos picos a lo largo de una década, es comprensible y rentable. Atar a Lekue por cinco años o a Vesga por tres cuando han demostrado entre poco y nada es un despilfarro carente de razón deportiva. Lo ideal sería cobrar buena parte del sueldo en función de objetivos, algo que probablemente nuestros jugadores no aprueben a no ser que partan de un fijo muy goloso. Pero, amigos, sin Europa las cuentas no salen.

La supervivencia competitiva del Athletic, el quid de la cuestión para no tirarnos 25 años sin jugar otra final, pasa por una gestión inmaculada en Lezama e Ibaigane. Nuestros errores se pagan demasiado caro. Pero cuando el club se mueve por, hablando en plata, intereses bastardos, politiqueo barato y clientelismo, lo lógico y mínimamente higiénico es recelar de todo estamento o empleado que no haya acreditado fehacientemente su valía. 

Pese a todo, es decir, pese a que Aurtenetxe desmantelara un equipo campeón, pese a que Arrate gastara lo no escrito hipotecando la primera década del Siglo XX, pese al bienio negro, pese a la Troika de Macua-Arrinda-Caparrós, pese a Urrutia (para muchos el mejor presidente, lo cual da el nivel de excelencia…) y pese a Elizegi ahora; pese a todo y con todo, ni tan mal, salen más o menos jugadores y jugamos finales, pensará el hincha optimista. Pero si el Athletic quiere ser un club ganador debe exigirse más, huir del cortoplacismo y soltar lastre. 

Valga una anécdota de Bielsa para ilustrar el mínimo exigible en un club como el Athletic, dicho sea esto como elogio del Loco mas sin ápice de nostalgia, pues hoy por hoy quizás necesitemos más de su legado en Lezama que de su propia persona en el primer equipo. Hace 35 años Marcelo fue capaz de recorrerse Argentina (8.000 kilometros, se dice pronto) en un destartalado Fiat 147 para fichar a los mejores jugadores, Pochettino entre ellos. Con una filosofía como la nuestra, en un país de unos tres millones de habitantes, con cinco equipos vascos en primera y, ojo, una tasa de natalidad decreciente, ¿tiene el Athletic los mejores captadores? ¿La mejor red posible de clubs convenidos? ¿Quién está dispuesto a pilotar ese Fiat 147?

Más preguntas: ¿tiene Lezama, a quien Elizegi usó como arma arrojadiza en campaña electoral, los mejores formadores? ¿Los mejores entrenadores? ¿La infraestructura necesaria para atraer y hacer crecer a los jóvenes? ¿Tiene el club un criterio claro a nivel salarial y renovaciones? ¿Un plan de mejora a medio plazo y de excelencia a largo? ¿La mínima idea, más allá de palabras huecas y misticismos vacíos (aquí empatan Urrutia y Elizegi), de lo que debe ser el Athletic? ¿A alguien se le ha ocurrido contratar personal cualificado del extranjero?

Dicho finamente y desde el respeto, hay margen de mejora. Pero si cada vez que una plancha nueva aterriza en Ibaigane su prioridad es colocar a amigos en la Fundación, llámense Asier, Ritxi o Erkoreka, o en Lezama, ahora comandada por Ayarza (¡¡!!) y Alkorta, incapaz este último siquiera de dar explicaciones en rueda de prensa con un mínimo de humildad y sin contradecirse, entonces tenemos como resultado la mediocridad y la escasa autoexigencia que hemos ido labrando todos estos años. O dicho de otro modo, no hay ni entradas ni palcos VIP suficientes para tanto exjugador. 

Mientras, Elizegi invocaba recientemente el “Athletic de la transparencia”. Como es habitual en él, se trataba de puro humo, palabrería, cocina posmoderna desprovista de sustancia, ya que han bastado unas pocas semanas para que gestionara los compromisos del club (léase, entradas para la final) de tal manera que hasta en su junta ha generado disensiones. Hasta Daniel Ruiz Bazán fue invitado a La Cartuja, como él mismo declaraba el pasado sábado en El País, si bien declinó la invitación porque “prefería verlo en casa”. El Gobierno Vasco, a su vez, también prefiere obviar la doble vara de medir, aún más profunda, que se esconde tras todo esto. Medidas pandémicas en función de tus contactos. Grotesco es poco. 

A lo que íbamos: según el área y por exceso o por defecto, atrofia o hipertrofia, el Athletic tiene más de un problema. El futuro se presenta sombrío, es un hecho objetivo más allá de que los hinchas hayamos visto postergado, una vez más, el chute emocional que ansiamos desde 1984. No es tanto producto de la resaca sentimental, sino autoexigencia tras constatar que el fútbol, que por cierto no debe nada al Athletic ni a nadie, sigue mutando impasible al hecho de que muchos clubs son hoy por hoy frágiles cadáveres andantes de una historia otrora brillante. Carne de museo, un bonito artículo con aroma vintage en Panenka. 

Sin embargo, es con el hincha con quien el fútbol está en deuda. Tristemente, el mero anuncio de la Superliga, independientemente de que el proyecto acabe cristalizando o se trate de un señuelo para sacarle más tela a la UEFA, nos indica que los Florentinos de este mundo no tienen escrúpulos en seguir explotando la gallina de los huevos de oro hasta que suelte su último euro. Decían que del COVID19 saldríamos mejores, pero era mentira. Hoy por hoy el hincha es la máxima expresión del cliente-consumidor, calladito y atomizado al otro lado de la pantalla. Podemos pensar que la oportunidad es histórica para revertir campeonatos adulterados, sea por el desigual reparto televisivo o el hecho de que clubes con deudas astronómicas puedan no ya fichar a la estrella de turno sino seguir compitiendo. ¡Qué carajo! Lo es: es una oportunidad histórica para plantarse y legislar los mecanismos necesarios (topes salariales, por ejemplo) para hacer del fútbol un juego democrático y, sí, mucho más atractivo. De igual a igual, de tú a tú. 

Ojalá. Pero todo parece indicar que, como del COVID19, saldremos peores. Todo el mundo, desde los 12 de la Superliga a los clubes “pequeños”, pasando por fondos de inversión o la propia UEFA, quiere su parte del pastel, por exiguo que sea su porción del negocio. Y el Athletic, mientras, estará a verlas venir. ¿O no?